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Alejandro G. Calvo repasa la carrera del maestro del suspense y nos trae la selección de lo imprescindible
Alfred Hitchcock es sinónimo de cine. El británico llegó, no sin esfuerzo, a lo más alto de Hollywood, desde donde fue reinventando género tras género a pesar de las críticas de la prensa especializada. No eran pocos los que rechazaban las propuestas de Hitchcock, quien siguió con lo suyo haciendo oídos sordos.
Después de la RetroCrítica de Vértigo, Alejandro G. Calvo se arremanga y se mete de lleno en la tarea de elegir las mejores películas del maestro del suspense. Las dos primeras, las que encabezan el top, son inevitables. Sobre el resto de la lista podríamos estar hablando durante horas. Aquí va el Top 10 y que se abra el debate.
¿O quizás mejor Sospecha (Suspicion, 1941)? Al fin y al cabo se parecen bastante las historias: dos hombres aparentemente encantadores podrían en realidad ser hmmmmm asesinos sin escrúpulos. Y ambos son contemplados, admirados, idolatrados por dos mujeres, en el caso de La sombra de una duda, la joven sobrina Charlotte (Theresa Wright, que tenía 25 años pero aquí se hace pasar por adolescente), a la que todos llaman Charlie, precisamente, por su tío Charlie (Joseph Cotten), del que va descubriendo a lo largo de la película que igual no es tan adorable como parece. Mientras que en Sospecha es Joan Fontaine la que, bueno, sospecha de que su propio marido, Cary Grant, puede ser un asesino. Al final, no sin dudas, ejem, me quedo con La sombra de una duda, una de las favoritas del propio Hitchcock, donde el desencanto y la incertidumbre van tiñendo la película como si de una sombra amenazante se tratara, mientras su protagonista principal -nunca habíamos visto a Joseph Cotten en una tesitura semejante- va absorbiendo el relato hacia una zona que trasciende los límites del suspense para acercarnos a algo bastante parecido al terror.
El flow de Hitchcock en estado puro. Con la muerte en los talones, titulazo en castellano para el original North by Northwest, que Hitchcock tomó prestado de “Hamlet” de William Shakespeare. La película es una divertidísima y aceleradisima concatenación de equivocaciones y secuencias de suspense al límite que sitúan al bueno de Cary Grant, en una de sus interpretaciones más recordadas y celebradas, en mitad de un conspiración gubernamental de la que nunca nadie acaba de entender bien qué demonios está pasando. Da lo mismo, ¡eso es mcguffin hitchcockiano en todo su esplendor! Una mera excusa para que veamos a Cary Grant siendo emborrachado, apostando en una subasta loquísima, ser perseguido por una avioneta en mitad de la nada y pelearse con los malos en las cabezas gigantes de los presidentes del Monte Rushmore. Truffaut decía que, en el fondo, Con la muerte en los talones era la versión americana de su (también maravillosa) película inglesa Enviado especial (1940). Y los productores de la saga James Bond le ofrecieron a Hitchcock todo el dinero que tenían para que fuera él quien se hiciera cargo de la misma. Hitchcock respondió: ¿para qué voy a hacer una película de James Bond si ya he hecho Con la muerte en los talones?
Una piedra preciosa en un dedal. Una de esas películas maravillosas que te enseñan en solo media hora qué es el cine. Crimen perfecto era la adaptación de una conocida obra teatral de Frederick Knott sobre el estudiado plan de un hombre (Ray Milland en modo George Sanders) para asesinar a su acaudalada y muy ingenua mujer (Grace Kelly) utilizando como herramienta a un ex compañero corrupto de la universidad (Anthony Dawson). Como decía a Hitchcock le basta media hora de conversación entre asesino y herramienta para dar toda una lección despampanante de puesta en escena, dinamitando la lógica teatral y situando y moviendo la cámara como si del pincel de un renacentista oscurantista se tratara. En un solo espacio, el salón de la casa de los protagonistas, Hitchcock hace todo tipo de diabluras visuales, haciendo que la imagen cobre sentido a través de los giros de la conversación. Simplemente increíble. Luego ya llegará el crimen que de tan perfecto resulta imperfecto y toda una larga segunda mitad que parece Se ha escrito un crimen en modo matrícula de honor. Pero, repito, si aún no creéis en Hitchcock, malditos herejes, veros el arranque de Crimen perfecto y estaréis convertidos para siempre a la causa.
Durísimo ha sido llegar hasta aquí. Quería meter La soga (1948), con su desafío extremo de tratar de contar una película en un solo plano cuando, bueno, eso era material y físicamente imposible. Y también quería meter Frenesí (1972), probablemente, la película más malsana y visceral del director británico, como una versión barroca de Psicosis (1960). Pero al final me pudo el recuerdo de la mansión de Manderley, presentada entre brumas con toda su ostentosidad gótica en uno de los arranques más bellos jamás filmados por Hitchcock. Rebeca era su primera película americana, producida por el tycoon David O. Selznick, con el que el director tuvo siempre sus más y sus menos a lo largo de su corta y tempestuosa relación (las dos otras películas que hicieron juntos fueron Recuerda (1945) y El proceso Paradine (1947)). Hitchcock dijo que él trabajó Rebeca como si fuera un cuento de hadas tóxico, con una protagonista inocente (Joan Fontaine), un príncipe azul taciturno y esquivo (Laurence Olivier) y, sobre todo, con una madrastra cruel y enajenada, la maravillosa Judith Anderson. La secuencia en que la ama de llaves le enseña la ropa interior de su antigua dueña a una espantada Fontaine es pura historia del cine. Sobre el papel escrito parecerá un folletín, pero en manos de Hitchcock Rebeca se convierte en una historia de fantasmas, turbia y tórrida, agorafóbica y malsana, una obra total, si me preguntáis. Pero, bueno, ya vais viendo que estoy completamente vendido al arte del maestro inglés.
Alfred Hitchcock ya había rodado en su etapa británica El hombre que sabía demasiado (1934), una película sorprendentemente con más humor y acción -todo se resuelve en un aparatoso tiroteo final- que la realizada en Hollywood con cosas absolutamente deliciosas como el villano que da vida a Peter Lorre o la mítica secuencia en la ópera, que ya era una barbaridad entonces. En 1954 amplía y mejora el asunto gracias, ya no sólo a la perfección pluscuamperfecta de su puesta en escena, sino al propio trabajo con el suspense merced a algo tan de Hitchcock como situar a personas normales en situaciones tremendamente anormales en secuencias deliciosamente alargadas hasta la extenuación. Impresionante el asesinato en el mercado de Marrakech con el que parecía el villano muerto apuñalado y la cara tintada de marrón. La secuencia de la ópera vuelve a ser una auténtica burrada, increíble, cine mayestático. Una de las grandes secuencias de la historia del cine que, claro, mejora la original, empezando porque Bernard Herrmann aparece conduciendo la orquesta y siguiendo con la conjunción de los planos de la acción siendo rimados con la música de la orquesta, que Hitchcock no duda en mostrarnos la propia partitura para que no nos perdamos. ¡Ojalá el espectador medio leyera música! llegó a decir el director. Ese era Hitchcock alguien capaz de mejorarse incluso a sí mismo. Porque Hitchcock sí que sabía demasiado, el más listo de la clase del suspense cinematográfico.
Otra de las cumbres del arte de la puesta en escena del suspense cinematográfico a la Hitchcock. Extraños en un tren, adaptación de la chulísima novela homónima de Patricia Highsmith en un guion donde hasta el mítico Raymond Chandler metió mano. Ya desde su arranque siguiendo los pies de los protagonistas hasta que chocan entre sí en el interior del tren, la película anuncia que esta va a ser una película tan rica en los detalles -ese mechero maravilloso colándose por la alcantarilla- como en su plasmación en la pantalla. Un derroche de la sabiduría hitchcockiana que nos arrastra por asesinatos visualizados a través del reflejo de unas gafas, partidos de tenis con el psicópata clavando su mirada mientras que el resto del público sigue la pelota, el amenazante carrousel de feria convertido en arma mortífera… vaya, un ejercicio de tensión psicológica y criminal sensacional. Su último tercio es una animalada. Hitchcock divide la acción para que esta transcurra en paralelo. Por un lado, el partido de tenis que Farley Granger trata de ganar a la desesperada. Por el otro: el malogrado y aquí villanísimo y loquísimo Robert Walker regresando a la feria para tratar de inculparle del asesinato. La crítica americana la recibió como otra cinta de suspense más de Alfred Hitchcock. No se enteraban de nada. Pero de nada de nada. Y si os subís en un tren, ya sabéis, mejor no hablar con nadie.
12 Jan 2025
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